La obra “Las Cosmicómicas”, de Italo
Calvino, una magnífica colección de cuentos escritos en clave de humor,
está basada en conceptos y teorías
científicas, algunas ya obsoletas, sobre el universo y la evolución. El
narrador es siempre Qfwfq, que es tan
viejo como el universo y es capaz de tomar mil formas distintas, pudiendo así
contar de primera mano detalles sobre los hitos de la historia del universo y de
nuestro planeta.
Una de sus historias, “La distancia
de la Luna”, se sitúa en tiempos remotos, cuando supuestamente, la Luna y la
Tierra estaban mucho más cerca, y nos narra las aventuras de un grupo de
amigos, que aprovechando la marea alta, se acercaban con un bote y trepaban por
una escalera al satélite terrestre para recoger “leche lunar” con ayuda de
cubos y palas. El siguiente corto de animación, inspirado en el cuento de Calvino, nos ayuda a hacernos una idea:
Esta vez, el viejo Qfwfq nos remite
a la “hipótesis de fisión”, de Sir
George Howard Darwin, astrónomo inglés hijo de Charles Darwin, que planteó en
1879 que la luna se formó por el desprendimiento de un “trozo” de una joven tierra, girando entonces a una velocidad
muchísimo mayor, y por efecto de la fuerza centrífuga y de la atracción
ejercida por el sol. La tierra se habría deformado alargándose tanto que la
“luna” habría salido despedida describiendo una espiral. En sus cálculos,
Darwin llegó a “situar” a la Luna a unos 9000 kilómetros de la Tierra hace unos
50 millones de anos, pero las matemáticas no le permitieron seguir. Entonces,los
días habrían tenido una duración de unas cinco horas. Suponemos pues, que la
fantástica historia de Calvino se ambienta aproximadamente en esta época,
aunque entonces la escalera tuvo que ser bastante más larga de lo que nos da a
entender.
La
teoría de Darwin está prácticamente desechada hoy día. No hay evidencias
fósiles de semejante velocidad de rotación (salvando la hipotética “cicatriz”
del desprendimiento, que según Osmond Fisher la constituiría el Océano
Pacífico), que por otra parte, habría sido responsable del despredimiento de
muchos y menores fragmentos, dando lugar a la formación de más satélites. Un momento angular tan grande parece
incompatible con la formación de un cuerpo celeste como la Tierra. Además, las muestras de roca
traídas de la luna carecen de hierro, elemento abundante en nuestro planeta.
Otras teorías sobre la formación de la Luna, junto a la de George Darwin,
serían la “teoría de captura”, la de “acreción binaria”, y la que parece más
aceptada hoy día, la “hipótesis de impacto”.
No obstante, en una cosa Sir George
Howard tenía razón. La Luna se aleja continuamente de nosotros. La distancia
media que nos separa, 384.400 km, aumenta unos 3,8 cm cada ano. Este hecho fue
constatado por la NASA en su “experimento de medición láser lunar” 95 anos más
tarde. La razón es que al girar el sistema Tierra-Luna en torno a su centro de
masas, la Luna ejerce una fuerza de atracción distinta en cada punto de la
Tierra al ser esta tan grande. Por ejemplo, en el punto más cercano a la Luna,
la intensidad de la gravedad es mayor que en el centro de masas de la Tierra, a
su vez mayor que en el punto más alejado de la Luna. Como consecuencia,
aparecen las “mareas” que tienden a “deformar” la Tierra, y que afectan no sólo
a las aguas sino a la atmósfera y a la parte sólida de nuestro planeta. Las
mareas producen un efecto de “frenado” de la rotación de la Tierra, y al
mantenerse el momento angular del
sistema constante, la distancia Tierra-Luna ha de aumentar.
El “principio de conservación del momento angular”, nos dice que si
una partícula se mueve alrededor de un punto sujeta a una fuerza central (es el
caso de las fuerzas gravitatorias), y el momento de las fuerzas exteriores es
cero (lo que no implica que las fuerzas exteriores sean cero), el momento
angular total se conserva, es constante. El momento angular, “L”, es el
producto del momento de inercia por la velocidad de rotación.
Este principio explica por qué una
bailarina girando sobre la punta de sus pies, consigue, al extender sus brazos,
aumentar su momento de inercia y como consecuencia, girar más rápido al
contrarerlos.
Si nuestra Luna, efectivamente,
estuvo tan cerca de la Tierra como planteó Darwin (aunque los seres humanos,
que llevamos unos 4 millones de anos sobre el planeta, definitivamente no hemos
llegado “a tiempo” para verlo), los días habrían durado tan sólo unas pocas horas
y las enormes fuerzas de marea habrían provocado terribles terremotos y
maremotos, además de actuar también sobre el magma terrestre haciéndolo brotar
a la superficie. El botecito de remos del viejo Qfwfq difícilmente habría
podido permanecer estable en tales circunstancias, y los terribles vientos y
tormentas en la atmósfera de una Tierra girando a muchísima más velocidad
tampoco se lo habrían puesto nada fácil.
Las noches no habrían sido más
claras como nos cuenta Calvino, sino mucho más oscuras, porque la parte de la
Luna más cercana a la Tierra no se encontraría tan “expuesta” a los rayos
solares que ha de reflejar para tener el aspecto actual. Tampoco los días
serían igual de “claros” por la sombra “proyectada” por una Luna tan cercana, y
ocurrirían eclipses solares con mucha frecuencia. Las intensas fuerzas de marea
generadas por la atracción de nuestro planeta sobre su satélite (recordemos que
la fuerza gravitacional es inversamente proporcional al cuadrado de la
distancia) probablemente lo irían fragmentando lentamente.
La conductividad eléctrica de la
atmósfera depende del número de partículas cargadas por unidad de volumen o “estado
de ionización”. El desplazamiento de dichas partículas, que provoca corrientes
eléctricas en la atmósfera, se produce precisamente durante las “mareas”
atmosféricas, que serían muchísimo más intensas provocando fuertes y frecuentes
descargas.
La interacción entre nuestro planeta
y su satélite es determinante en cada fenómeno ocurrido en la Tierra, luego la
misma sería un escenario completamente distinto si “tan sólo” la distancia de
la luna cambiase de forma significativa. Aquí se ha pretendido citar apenas un
par de ejemplos para ilustrarlo.
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